¿Qué se siente volar?


Invitamos a la bella y aventurera Michelle Rivas para que viva nuestras experiencias y nos cuente cómo le va. ¡Empezamos con su relato de un vuelo en ultraliviano!
Pasear por la sabana de Bogotá a 200 metros de altura
Por Michelle Rivas
SMXLL
 
Uno piensa que volar es una locura, ¿no? Y más si es en ultraliviano: planear cerca del suelo, despacio. ¡No se imaginan! De verdad es mejor de lo que uno piensa. Cuando llegamos al aeropuerto de Guaymaral, el Capi Fran, el piloto, nos estaba esperando con todo listo. A pesar de que el avión es pequeño, requiere muchos chequeos y procedimientos para despegar.
Ya no había escapatoria: con el cinturón abrochado y los audífonos puestos uno qué va a hacer. Eso es chévere, la adrenalina, la emoción.  Cuando uno se empieza a elevar siente algo muy raro, como que todo el estrés se queda en la tierra, en el suelo. El despegue es parecido al de un avión comercial, aunque todo se siente más. Lo bacano es que uno puede ver al piloto: estábamos en la misma cabina, observando sus movimientos.
El Capitán esperó a que llegáramos a cierta altura y bajó la velocidad del motor considerablemente. Primero, el vacío, luego, la tranquilidad. Todo dejó de ser una lucha contra el viento y la gravedad: ya estábamos planeando en el aire, sin resistencia, como suspendidos a 200 metros de altura. Lo primero que se ve es Centro Chía y las casas campestres que lo rodean.
 
El avión vuela tan bajo que se alcanzan a ver personas caminando. Después, se aleja por la sabana y la monstruosidad de Bogotá se transforma en una pradera. Pasamos la montaña de Sopó, el Autódromo de Tocancipá, Gachancipá y llegamos al Embalse de Tominé. Vale la pena fijarse en la belleza de Cundinamarca.
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Una cosa es ir de picnic, como hace todo el mundo, pero no saben lo que es ver el embalse desde arriba. El capitán llegó a la altura mínima posible y sobrevolamos por el borde de la laguna. El agua estaba tranquila, solo se veían algunos rastros de pájaros buscando qué pescar en la superficie. A veces, me gustaría haber nacido pájaro y en ese momento me sentí como uno de ellos.
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De regreso, el Capitán nos mostró cómo vuela el ultraliviano y todos sus instrumentos. Me soltó el mando por unos instantes para que sintiera cómo es estar a cargo de una nave en el aire. Él seguía haciendo todo, claramente, pero igual me sentí como una profesional.
¡Es indispensable que vuelen antes de morir! La felicidad es muy difícil de alcanzar, pero se pueden tener momentos de alegría intensa. Nunca sobra, ¡qué más da!
Para disfrutar esta y muchas más experiencias